miércoles, 30 de septiembre de 2015

Canción y carta - Diego Hurtado de Mendoza



Pesares, si me acabáis
tendréis en mí buen testigo,
que os acogí como amigo
y como a tal me tratáis.

La que me manda y consiente
contar mis males en suma
dará licencia a la pluma
que mis ternezas le cuente.

Las lágrimas y suspiros
son armas de esta contienda,
donde la ofensa y la enmienda
para, señora, en serviros.

Vime libre de afición,
véome cautivo ahora,
y el alma, que era señora,
puesta en mayor sujeción.

¿Quién se alabará que tiene
contra amor vida segura,
si donde más se asegura
mayor peligro le viene?

Al principio de mis penas
teníalas por suaves;
sin saber que eran tan graves,
burlaba de las ajenas.

Decía en mi puridad:
"Prueben todos lo que pruebo;
esto que siento de nuevo
¿es amor o es amistad?"

Donde no paraba mientes
comencé a tener recato,
a mirar de rato en rato
y guardarme de las gentes.

Por no caer en la red,
de vos misma me guardaba.
¡Mirad cuán poco pensaba
en demandaros merced!

De turbado y encogido
vine a confesar negando
lo que agora estoy llorando
porque verdad ha salido.

De aquí ha subido haciendo
amor en mí tantas pruebas,
que de encubiertas y nuevas
las sufro y no las entiendo.

Parece imaginación
que tenga puesta yo mismo
la humildad en el abismo
y en el cielo la afición.

Para tanta hermosura
pequeña pena es la mía,
y muy alta fantasía
para tan baja ventura.

De la vida no me acuerdo,
de la muerte curo poco,
que si pequé como loco
yo pagaré como cuerdo.

Quien aborrece la vida
no muere de sobresalto,
pero subiendo más alto
puede dar mayor caída.

Si quisiese arrepentirme,
hallaré que es imposible
que mi pena sea movible
siendo la causa tan firme.

No sabré mudar, ni puedo,
esta vida que me queda;
vuelva Fortuna la rueda,
que yo siempre estaré quedo.

¡Oh quién pudiese, pues muero,
hablar con mi matadora!
Quizá le diría en un hora
lo que en mil años no espero.

Pero ¿de qué me aprovecha
descubrille mi fatiga?
Que, si encubre como amiga,
como enemiga sospecha?

Mucho deja a la Fortuna
el que se resuelve presto
donde el daño es manifiesto
y la ganancia ninguna.

De esta manera padezco
que en más tengo no enojaros,
aunque pudiese hablaros,
que cuanto espero y merezco.

Quien por vos perdiere el seso
no ha de ser de confianza,
que tan pequeña balanza
mal sufrirá tan gran peso.

Mas piérdase imaginando
cómo mi deseo puse
donde no hay razón que excuse
sino la muerte, y callando.

No teniendo en mi poder
seso, libertad ni vida,
trato de cosa perdida
como cosa por perder.

Cuanto el seso desatina
pago yo como cobarde,
porque le perdí tan tarde
conociéndoos tan aína.

Suspenso, turbado y ciego,
triste, importuno, quejoso,
cuando esperaba reposo
me vino desasosiego.

Prueba amor por tantos modos
afligirme y trabajarme,
que será bueno guardarme
de vos y de mí y de todos.

Todo me parece nada
cuanto propongo y resuelvo;
a mis cuidados me vuelvo,
pues es suya la jornada.

En el centro de mi alma
los pesares me acompañan,
mas por mucho que me dañan
tengo la vida en su palma.

Entre las gentes se entiende
que anda un animal tan ciego,
que dentro del mismo fuego
en que se cría se enciende.

Es amor fuego en que ardo,
cuidado es el que lo atiza,
y pesar torna en ceniza
cuanto yo en mi pecho guardo.

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Canciones - Diego Gómez Manrique



Desnuda en una queça,
lavando la fontana,
estaba la niña loçana,
las manos sobre la treça.

Sin çarcillos nin sartal,
en una corta camisa,
fermosura natural,
la boca llena de risa,
descubierta la cabeza
como ninfa de Diana,
miraba la niña loçana
las manos sobre la treça.

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martes, 29 de septiembre de 2015

Batalla de amores - Jorge Manrique



Estando no descuidado
del rebato venidero,
mas a guisa de guerrero
siempre medio salteado,
oí tocar atabales,
tamboriles e trompetas;
a la hora mis secretas
pasiones muy desiguales
miedos me ponen mortales.

Con una grand turbación
de los sones tanto fieros,
que los daños venideros,
temelos el coraçón,
a grand priesa demandé
las mis armas defensivas,
dexando los ofensivas
sólo por salvar mi fe,
que nunca vencida fue.

E así, muy bien armado
cuanto para defender,
salí sin me detener
con todo bien demudado:
vi venir mi pensamiento
que estaba por atalaya,
diciéndome: «Guaya, guaya,
que se llega, según siento,
la hora del perdimiento.»

E tocando las bastardas
trompetas a pelear,
luego, sin más lo tardar,
se juntan las avanguardas;
e las mis alas firieron
según les fuera mandado;
por recio que cometieron,
no refuir lo pudieron.

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Cuenta los pasos de la vida - Diego de Torres Villarroel



De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrado.

De la estrechez obscura libertado,
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.

Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel obscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.

Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?

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lunes, 28 de septiembre de 2015

El corazón de la noche - Dante Gabriel Rossetti



De la niñez a la juventud; de la juventud a la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de dónde comenzó?

¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de la vida!
¡Oh, Señor, horrible Señor de la voluntad! Aunque sea tarde,
Renovad esta alma con el obediente aliento:
Que cuando la paz se reúna con la furia,
El trabajo se recupere, y la voluntad resurja,
Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor de la Muerte.

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Absoluta - César Vallejo



Color de ropa antigua. Un julio a sombra,
y un agosto recién segado. Y una
mano de agua que injertó en el pino
resinoso de un tedio malas frutas.

Ahora que has anclado, oscura ropa,
tornas rociada de un suntuoso olor
a tiempo, a abreviación... Y he cantado
el proclive festín que se volcó.

Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte,
contra el límite, contra lo que acaba?
¡Ay, la llaga en color de ropa antigua,
cómo se entreabre y huele a miel quemada!

¡Oh unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno
por todos! 
¡Amor contra el espacio y contra el tiempo! 
Un latido único de corazón;
un solo ritmo: ¡Dios!

Y al encogerse de hombros los linderos
en un bronco desdén irreductible,
hay un riego de sierpes
en la doncella plenitud del 1.
¡Una arruga, una sombra!

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domingo, 27 de septiembre de 2015

La ciudad - Constantino Cavafis



Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

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El oso y el lobo - Concepción Arenal



En la cristalina fuente
Que tan pura el agua lleva
En su rápida corriente,
Y se llama río Deva
Cuando llega al mar potente.

Y de Julio caluroso
Como a las doce del día,
Llegó a beber presuroso
De un lobo en la compañía
Grande y corpulento un oso.

El aura suave y pura,
la pradera florida,
la fuente que murmura,
Todo a descansar convida
Y paz ofrece y ventura.

Sentáronse a descansar
El lobo y el oso juntos
No viendo a nadie llegar,
Y después de otros asuntos
Pónense de éste a tratar:

«Ya me acerco a la vejez,
Dijo el lobo y por más traza
Que en ello pongo, ¡pardiez!,
Cada día hay menos caza
Y más hambre cada vez.

Pasan del Abril las flores,
Pasan las nieves de Enero
Sin que en estos alredores
Logre atrapar un cordero
A los malditos pastores.»

«Te está muy bien empleado,
Respondióle grave el oso ,
¿Por qué, del hambre acosado,
no has de tragar, melindroso,
De yerba un solo bocado?

¿Por qué no comes manzanas
Ni peras, ni moscatel,
Que de nombrarle entro en ganas,
Ni maíz, ni rica miel,
ni cerezas, ni avellanas?

¿Tiene de razón asomo
Tu carnicera manía?
Come de todo, cual como,
Que si no, por vida mía,
Flaco has de tener el lomo.

Si acaso de hambre te mueres
De mi cariño leal
Ni el menor auxilio esperes;
No es lo que te pasa un mal
Sino porque tú lo quieres».

Mas el lobo replicó:
«Si comer frutas no puedo.»
«Pues qué, ¿no las como yo?
No auxiliaré, no haya miedo,
al que la razón no oyó.»

Así hallamos en la vida
Moralistas como el oso
Que intentan, cosa es sabida,
Con aire majestuoso
Cortarnos a su medida.

Poco es que la humanidad
Contra sus dogmas arguya;
No hay otra felicidad
Ni otra razón que la suya,
Ni tampoco otra verdad.

Si de un pecho dolorido
No comprenden la amargura
Exclaman: ¡dolor fingido!
Y es necedad o locura
La pasión que no han sentido.

Por no sé qué facultad
Del mundo se juzgan dueños,
Y su grave necedad
creced, dice a los pequeños,
y a los grandes, acortad.

Años hace que le oí
Decir como regla a un viejo
Y la guardé para mí,
Que el sabio al dar un consejo
Se acuerda poco de sí.

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sábado, 26 de septiembre de 2015

Cuando esté muerta, mi amor - Christina Rossetti



Cuando esté muerta, mi amor,
No cantes tristes canciones para mí,
No plantes rosas en mi cabeza
Ni sombríos cipreses:
Sé la hierba verde sobre mí,
Con rocíos y gotas mójame;
Y si te marchitas, recuerda;
Y si te marchitas, olvida.

Ya no veré las sombras,
No sentiré la lluvia,
No escucharé al ruiseñor
Cantando su dolor:
Y soñando a través del crepúsculo
Que no crece ni desciende,
Felizmente podría recordar,
Y felizmente podría olvidar.

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La partida - Charlotte Brontë



Es insensato lamentarse,
Aunque estemos condenados a partir:
Lo único sensato es recibir
El recuerdo de alguien en el corazón:

Se puede habitar en los pensamientos
Que nosotros mismos hemos cultivado,
Y rugir con desprecio y coraje ultrajado
Que el mundo haga su peor parte.

No dejaremos que sus locuras nos atribulen,
Como de quien viene los tomaremos;
Y al final de cada día encontraremos
Una risa alegre como hogar.

Cuando dejemos a cada amigo y hermano,
Cuando lejos estemos separados,
Pensaremos uno en el otro,
Incluso mejor de lo que fuimos.

Cada vista gloriosa encima de nosotros,
Cada vista agradable debajo,
Nos uniremos con los que nos han dejado,
Con quienes, incluso en la muerte, todavía amamos.

Al ocaso, cuando nos sentemos
en soledad cerca del fuego,
El corazón cálido y sincero
Recibirá el mismo pago.

Podemos quemar las obligaciones que nos encadenan,
Urdidas por frías manos humanas,
Allí donde nadie se atreve a desafiarnos
Podemos, en el pensamiento, encontrarnos.

Por eso el llanto es insensato,
Sostén como puedas un espíritu alegre;
Y nunca dudes que el Destino ofrece
Un futuro grato por el dolor presente.

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viernes, 25 de septiembre de 2015

La desesperación de la vieja - Charles Baudelaire



La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.

Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.

Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»

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A una gota de rocío - Carolina Coronado Romero de Tejada



Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;

Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:

Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente

las lágrimas amargas que devoro...
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío...!

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jueves, 24 de septiembre de 2015

Canción de la prostituta - Bertolt Brecht



1

Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

2

Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

3

Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

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Al amor - Baltazar de Alcázar



Di, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto
me prometiste presto y a pie quedo?
¿Andar mirlado entre esperanza y miedo,
cercado de respetos, hecho un tanto?

¡Sus!, tus varios favores, risa y llanto,
dalos, Amor, a quien se lame el dedo;
los que me diste a mí te vuelvo y cedo:
no quiero soñar más cosa de espanto.

Bien siento las heridas y que salgo
de tu poder para ponerme en cura,
porque tengo aún abiertas las primeras.

Y juro por la fe de hijodalgo
de si mi buen propósito me dura,
dé en no partir contigo, de hoy más, peras.

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¿Qué seguros consejos vas buscando...? - Ausiàs March



¿Qué seguros consejos vas buscando,
desgraciado corazón, asqueado de vivir?
Amigo de llantos y enemigo de reír,
¿cómo soportarás los males que te aguardan?
Apresúrate, pues, hacia la muerte que te espera,
aunque para tu mal prolongues los días;
tanto más lejos se halla tu deleitosa estancia,
cuanto más quieres huir de la muerte incitante.
Con los brazos abiertos sale al camino,
llorándole los ojos por exceso de gozo;
el melodioso canto de su voz escucho,
que dice: «Amigo, sal de casa ajena.
Tomo placer dándote mi favor,
que jamás tuvo hombre nacido,
pues rehúyo a quien me llama,
tomando sólo a quien huye de mi rigor.»

Llorándole los ojos, la cara aterrada,
mesándose el cabello con grandes alaridos,
la vida quiere darme heredades
y el señor de estos dones quiere que sea,
gritando con voz horrible y dolorosa,
cual la muerte llama al bienaventurado;
ya que para quien está avezado al sufrimiento,
la voz de la muerte le será melodiosa.

¡Cómo me maravilla la orgullosa
voluntad de muchos amadores!
Aun no preguntándome a mí qué es el Amor,
en mí hallarán su fuerza dolorosa.
Maldiciendo, todos jurarán
que nunca el Amor los poseerá,
mas si yo les hablo del cálido placer,
el tiempo perdido, suspirando, maldecirán
.
No sé de hombre o mujer semejante a mí
que, atormentado por el Amor, dé lástima;
soy yo a quien hay que compadecer,
pues de mi corazón la sangre se retira.
Debido a la tristeza que se le acercó,
secóse para siempre el humor que sostiene mi vida,
contra mí la tristeza muestra arrojo,
y en mi socorro no acude mano armada.

Lirio entre cardos, siento acercarse la hora
en que civilmente mi vida está conclusa;
puesto que por entero mi esperanza está perdida,
mi alma en este mundo resta condenada.


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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Aventura - Arthur Rimbaud



I

Con diecisiete años, no puedes ser formal.
-¡Una tarde, te asqueas de jarra y limonada,
de los cafés ruidosos con lustros deslumbrantes!
-Y te vas por los tilos verdes de la alameda.

¡Qué bien huelen los tilos en las tardes de junio!
El aire es tan suave que hay que bajar los párpados;
Y el viento rumoroso -la ciudad no está lejos-
trae aromas de vides y aromas de cerveza.

II

De pronto puede verse en el cielo un harapo
de azul mar, que la rama de un arbolito enmarca
y que una estrella hiere, fatal, mientras se funde
con temblores muy dulces, pequeñita y tan blanca...

¡Diecisiete años!, ¡Noche de junio! -Te emborrachas.
La savia es un champán que sube a tu cabeza...
Divagas; y presientes en los labios un beso
que palpita en la boca, como un animalito.

III

Loca, Robinsonea tu alma por las novelas,
-cuando en la claridad de un pálido farol
pasa una señorita de encantador aspecto,
a la sombra del cuello horrible de su padre.

Y como cree que eres inmensamente ingenuo,
a la par que sus botas trotan por las aceras,
se vuelve, alerta y, con un gesto expresivo...
-Y en tus labios, entonces, muere una cavatina...

IV

Estás enamorado. Alquilado hasta agosto.
Estás enamorado. Se ríe de tus versos
Tus amigos se van, estás insoportable.
-¡Y una tarde, tu encanto, se digna, ya, escribirte...!

Y esa tarde... te vuelves al café luminoso,
pides de nuevo jarras llenas de limonadas...
-Con diecisiete años no puedes ser formal,
cuando los tilos verdes coronan la alameda.

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martes, 22 de septiembre de 2015

Elogio de la mujer chiquita - Arcipreste de Hita



Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón,
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.

De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco;
hay en la mujer chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas, mas las chicas no troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.

De que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus noblezas, voy a decirlas luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por juego.
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!

Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama solaz, placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.

En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor.

Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez reconforta y calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.

Como en la chica rosa está mucho color,
Como en oro muy poco, gran precio y gran valor,
como en poco perfume yace muy buen olor,
así, mujer pequeña guarda muy gran amor.

Como rubí pequeño tiene mucha bondad,
color virtud y precio, nobleza y claridad,
así, la mujer chica tiene mucha beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.

Chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor;
la mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en amor es más dulce que azúcar y que flor.

Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es la dama pequeña con amor.

Para mujer Pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.

Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar de un mal grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!

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El limonero lánguido suspende - Antonio Machado



El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una trade clara,
casi de primavera;
tibia tarde de marzo,
que al hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusiòn cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazòn: espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.

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